lunes, 7 de octubre de 2013

                 
no miras donde pisas, no


                      I

No miras donde pisas, no.
El piano.
El coche verde.
Soy daltónico con las personas.
Un grillo perenne me desconcierta.
Quizás no sea animal sino viento.
Quizá cualquier cosa que refulja en mi cabeza como un astro.
Me dejo guiar.
Y ahora camino lento.
Sabes que el refugio es un ancho mar.
Sabes que tu cueva es posiblemente un lugar inmenso donde la abulia y el desenfreno
reinan sobre el equilibrio.
Sabes a dónde llegan los zapatos ingenuos.
Sabes qué les pasa a los invertebrados y hasta donde les crece el pus y la sangre negra.
Sabes tantas cosas que merecerías ser un insecto pisoteado.
Y acto seguido soy humano.
Y socialmente humilde desenfreno.
Parásito más de lo ajeno que trocea las cuentas corrientes, los dineros.


                         II

Qué mundo tan extraño de heroína
y madres muertas con el delantal puesto.
Aversión de lo moderno.
El progreso de la nada
y la sangre que rezuma por los siglos desperdiciados.
Los hombres y el talento de ser hombres,
como las hienas y su rapiña.
Los huesos han dejado de tener valor alguno.
Condéname,
sacrifícame si muerdo el anzuelo.
No me permitas acabar muerto el primer día,
como un travieso colegial con las calzas que compró padre,
el olor a betún y el jersey de algodón barato,
el pan horneado con cariño simple,
simple verdad justa, simple sol de la mañana.
Huele a muerto.
Huele de verdad por el paso del tiempo tu carne abierta
que ha dejado la heroína punzante que te subyuga
y te golpea, golpea, golpea, golpea, golpea, golpea, golpea.


                           III

Y quien, por salirse de la nada, abandonara
 el impulso sublime de la vida, cuando es nada,
para vivir.
No se le podría criticar por avanzar como un cangrejo,
si es que sabemos lo que es avanzar,
o si apreciamos lo que  representa un cangrejo.
En esas calles mojadas de orden y sobriedad,
y también en las engalanadas,
dar la vuelta al cuadro es un refugio,
una esperanza de revolución,
un quitaesmaltes.

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