Unas llaves perdidas, recuerda:
Aprieta el culo una señora de ancho menaje. En
la esquina todos los días, recuérdame,
una foto de Marilyn. Blanco y negro que lucen más que el color. La
señora prosigue su camino, seguida al mismo paso que los escaparates, por su
hija. La acera queda atrás y espera nueva acera. Enfrente de ella, también
queda atrás de los pasos de la esfera, un convento.
Las monjas
salen y entran de su alma pero no cruzan puerta más que la de la cocina.
Preparan golosinas, y las sacan a escondidas, a plena siesta de algunos. Cuando
arrojan sin mucha fe sus pies de sirvientas a la calle se cruzan con gente como
la gorda, y no la saludan, viven la vida de monja fuera y dentro de su cueva.
También a
veces pasa un niño, o un anciano encorvado por los años, y mira la foto de Marilyn,
o a la mujer, o a la monja, y se yergue presuroso para ser rama que estire las
viejas lorzas, o para pedir la pelota.
En esta
calle, sentado tras las rejas de una puerta enrejada, veo gente, oigo gritos,
música, coches, sangre ciudadana a todas horas. ¡Y de repente, todo se para! Y
solo veo a Marilyn, a la gorda, a la hermana, todo queda congelado esperando un
rayo, o alguna puta casualidad que aligere el peso de mi alma.
Unas llaves
perdidas.
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