miércoles, 18 de septiembre de 2013

Unas llaves perdidas, recuerda:


 Aprieta el culo una señora de ancho menaje. En la esquina todos los días, recuérdame,  una foto de Marilyn. Blanco y negro que lucen más que el color. La señora prosigue su camino, seguida al mismo paso que los escaparates, por su hija. La acera queda atrás y espera nueva acera. Enfrente de ella, también queda atrás de los pasos de la esfera, un convento.

Las monjas salen y entran de su alma pero no cruzan puerta más que la de la cocina. Preparan golosinas, y las sacan a escondidas, a plena siesta de algunos. Cuando arrojan sin mucha fe sus pies de sirvientas a la calle se cruzan con gente como la gorda, y no la saludan, viven la vida de monja fuera y dentro de su cueva.

También a veces pasa un niño, o un anciano encorvado por los años, y mira la foto de Marilyn, o a la mujer, o a la monja, y se yergue presuroso para ser rama que estire las viejas lorzas, o para pedir la pelota.

En esta calle, sentado tras las rejas de una puerta enrejada, veo gente, oigo gritos, música, coches, sangre ciudadana a todas horas. ¡Y de repente, todo se para! Y solo veo a Marilyn, a la gorda, a la hermana, todo queda congelado esperando un rayo, o alguna puta casualidad que aligere el peso de mi alma.


Unas llaves perdidas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario